Preocupado, su papá fue a buscarla y se encontró con la moto de su hija estacionada afuera del local, y el lugar con las puertas cerradas. Parado frente al negocio, Juan sintió que algo andaba mal y recordó a su otra hija, Claudia, quien había sido asesinada de forma brutal en 2000 por un compañero de trabajo. En ese marco, el hombre decidió ir hasta la casa del dueño del comercio para pedirle un juego extra de llaves.
Al regresar, abrió el salón con rapidez y se chocó con la oscuridad. El lugar estaba en tinieblas y ordenado. Nada le llamó la atención, hasta que sus ojos se llenaron de horror. Sandra yacía boca abajo en el piso de la cocina. La habían golpeado de forma brutal y asfixiado con dos sogas. En diferentes sectores, se encontraron su cartera, su billetera, un celular laboral y una suma de dinero guardada en un escritorio. Tiempo después, se determinó que faltaban su teléfono personal y 500 pesos de un cajón.
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Sandra Colo y Paola Tomé.
Un año y medio después, el jueves 16 de enero de 2014 por la noche, Lucrecia advirtió que su hermana Paola no había vuelto a la casa desde su local de ropa infantil. El comercio estaba ubicado en pleno centro de Junín y la mujer pensó que la joven, de entonces 38 años, habría salido con alguna amiga. A la mañana siguiente, su familia comenzó a preocuparse: la comerciante de indumentaria no atendía los llamados.
En este marco, Lucrecia buscó una copia de las llaves del negocio y, con una amiga, se dirigió al lugar. Desde la vidriera todo parecía normal, aunque al entrar comprobó que las luces estaban apagadas y que el aire acondicionado había quedado prendido. En el salón de ventas no se notaba desorden, salvo por tres vestidos para niña exhibidos sobre el mostrador.
Al subir al piso superior, donde había un depósito y una terraza, Lucrecia descubrió lo peor: su hermana Paola estaba tendida en el piso, sin vida. Tenía un repasador metido en la boca, golpes en su rostro, un pañuelo anudado al cuello y sus pantalones desprendidos. Cerca, en el ingreso al pequeño baño continuo, había pisadas.
En la escena también se encontraron un teléfono celular, una computadora portátil encendida, un morral con flecos y la caja registradora de la que faltaban todas las monedas. En la puerta de entrada, sin signos de violencia, se hallaba un cartel con la inscripción “ABIERTO”.
Rubén Recalde y un patrón de conducta recurrente
Rápidamente, los investigadores conectaron ambos casos y comenzaron a estudiar otros hechos parecidos y a sus protagonistas. Algunos de ellos estaban presos o detenidos, hasta que descubrieron que Rubén Recalde, un mecánico y chapista con antecedentes, estaba en libertad desde hacía un tiempo.
En rigor, el hombre había salido de prisión hacía más de un mes tras cumplir condena por un hecho de abuso y robo ocurrido en junio de 2009 contra una mujer que atendía una juguetería. En ese episodio, se había hecho pasar por un cliente para maniatar, amordazar y abusar de su víctima.
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Rubén Recalde, durante el juicio en su contra. Foto: Télam.
A partir de estos datos, la causa comenzó a avanzar con rapidez. Tras un allanamiento, los oficiales secuestraron de su auto una mochila negra que tenía, entre otras cosas, guantes, preservativos, pastillas de Viagra, un cuchillo de fabricación casera y sogas. En su casa, también se encontraron sogas, guantes de albañilería y un par de zapatillas de color negro y amarillo marca Topper, talle 42.
Con estos elementos, se realizó en La Plata una pericia de cotejo del calzado. El resultado fue contundente: las zapatillas de Recalde habían estado durante el crimen de Paola. No fue el único dato certero para incriminarlo. También se encontró un rastro genético completo de él en el marco de la puerta del baño, a escasos centímetros del cuerpo.
Los investigadores realizaron un entrecruzamiento de los dos perfiles genéticos hallados en cada uno de los hechos. No había dudas: Rubén Recalde había estado presente en ambas escenas del crimen.
Rubén Recalde y un patrón de conducta recurrente
El femicida parecía tener un patrón de conducta recurrente. Durante la investigación de los asesinatos se conoció otro caso ocurrido en septiembre de 2003, cuando entró a una biblioteca ubicada en la calle Belgrano, tomó a la encargada del cuello, la amenazó con un arma y le pidió que le entregara el dinero. Luego, la amarró, amordazó y abusó de ella. A diferencia de Sandra y Paola, le perdonó la vida. Se supo, además, que había sido condenado en la década de 1980 en Mendoza, por "robo y violación reiterada", y se lo mencionó en otras 14 investigaciones relacionadas con femicidios y abusos.
Una de ellas fue la muerte, también en Junín, de María Fernanda Repetto, una estudiante de 24 años que el 26 de septiembre de 1999 fue estrangulada con un cable en su casa del barrio Villa Talleres. La habían atado de pies y manos, y se descubrió que en la vivienda faltaba una pequeña suma de dinero que la víctima había cobrado por su trabajo como “levantadora” de quiniela. Sin embargo, no había rastros para relacionar el hecho con Recalde.
No fue el único detalle. Tras el homicidio de Paola Tomé, una amiga de la joven recordó que alrededor de un mes antes estaban juntas en su local, cuando "concurrió esa misma persona (por Recalde) preguntando por unos vestiditos de nena, talle 8, creo. Fue rápido, sólo preguntó y se fue, no compró nada. Me acuerdo que nos reímos con Paola porque nos pareció parecido a Cuello (en alusión a Adalberto Cuello, condenado por homicidio calificado), el que mató a un nene en Lincoln".
Por si fuera poco, en las pericias psicológicas durante la investigación se determinó que el asesino y abusador sufría de "incapacidad de empatía y frialdad", así como "desapego afectivo" y una "personalidad en la que priman impulsos incontrolables a ser satisfechos en la inmediatez". En julio de 2015, los jueces del Tribunal Oral N° 1 de Junín, Karina Piegari, Miguel Ángel Vilaseca y Esteban Melilli, lo encontraron culpable por las muertes de Colo y Tomé, y lo condenaron a prisión perpetua.