Una vida frente a las cámaras desde los ocho años
Ryan Grantham comenzó su carrera artística a una edad temprana. Participó en comerciales a los ocho años y en 2007 debutó en cine con The Secret of the Nutcracker. Su rostro se volvió familiar para muchos tras aparecer en series populares como Supernatural, iZombie y especialmente Riverdale, donde interpretó a Jeffrey Augustine, el personaje que accidentalmente provocó la muerte de Fred Andrews, rol interpretado por Luke Perry.
En el cine, también tuvo papeles recordados como Rodney en Diary of a Wimpy Kid y la versión joven de Anton en El imaginario mundo del Dr. Parnassus, junto a Andrew Garfield. Aunque parecía encaminado hacia una carrera prometedora, su trayectoria profesional empezó a desvanecerse.
En los años previos al crimen, Grantham había abandonado sus estudios en la Universidad Simon Fraser, agobiado por la ansiedad. Según su entorno, sufría una profunda depresión. El consumo regular de marihuana y alcohol agravaba su estado mental. En ese contexto de deterioro, también empezó a manifestar pensamientos suicidas.
El crimen planeado al detalle
El 30 de marzo de 2020, Bárbara Waite tocaba el piano en su casa cuando Ryan se acercó por detrás y le disparó en la nuca. La muerte fue instantánea. No se trató de un impulso, sino de un acto fríamente orquestado. La policía encontró una GoPro en la vivienda, donde el joven ensayaba sus movimientos como si estuviera grabando una escena para televisión.
Incluso filmó la secuencia posterior al asesinato. Frente a la cámara, con el cuerpo sin vida de su madre al fondo, declaró: “Le disparé en la parte de atrás de la cabeza”. Su tono era frío y sin emoción.
Después del crimen, Ryan se fue a comprar cerveza y marihuana. Regresó a la casa, encendió Netflix y se puso a ver una película, mientras el cuerpo de su madre permanecía a pocos metros. A la mañana siguiente, lo cubrió con una sábana, encendió varias velas, colocó un rosario sobre el piano y se preparó para la siguiente etapa de su macabro plan.
La siguiente fase: una masacre fallida
Lo más estremecedor es que el asesinato de su madre no era el objetivo final. Ryan cargó el auto familiar con armas de fuego, municiones, cócteles molotov caseros y equipamiento de campamento. Tenía en mente cometer un atentado. Entre sus posibles blancos: su antigua universidad, el puente Lions Gate y hasta el primer ministro canadiense, Justin Trudeau.
Salió en dirección este hacia la ciudad de Hope. Pero, por razones que nunca quedaron del todo claras, no ejecutó ninguna de sus ideas. En cambio, cambió de rumbo y condujo hasta una comisaría donde confesó todo.
La policía encontró abundante evidencia de su plan fallido. Además de los videos, hallaron un diario íntimo donde Ryan narraba con lujo de detalles su salud mental deteriorada, sus pensamientos suicidas y los pasos planeados. En una de las últimas entradas, escribió: “Lo siento mucho, mamá. Lo siento mucho, Lisa. Me odio a mí mismo… Hay cientos de horas de mí que pueden verse y decepcionarse. Nadie lo va a entender”.
El juicio que reveló un mundo interior perturbador
Durante el proceso judicial, Ryan declaró que mató a su madre para “protegerla” del sufrimiento que le provocaría enterarse de sus planes homicidas. Quiso evitarle el dolor de saber que su hijo planeaba una masacre. Sin embargo, para la fiscalía, su argumento era una racionalización absurda de un crimen brutal.
“El asesinato de Bárbara fue deliberado, cuidadosamente planeado y ejecutado con sangre fría”, dijo uno de los investigadores principales. Los psiquiatras que lo evaluaron coincidieron en que Grantham padecía una depresión grave, pero estaba en pleno uso de sus facultades mentales al momento del crimen.
En septiembre de 2022, la justicia lo condenó a cadena perpetua, con una cláusula que le impide solicitar libertad condicional durante al menos 14 años.
La caída de un joven actor atrapado en su mente
El entorno de Grantham quedó devastado. Nadie pudo anticipar un desenlace tan violento. Aunque algunos amigos habían notado comportamientos erráticos y paranoicos, jamás imaginaron que fuese capaz de cometer un crimen. “Era un chico sensible, con talento, pero perdió el control de su mente”, dijo un amigo cercano.
Su historia dejó al descubierto cómo la salud mental, cuando no es atendida, puede derivar en consecuencias trágicas. También mostró el contraste entre la imagen pública de un actor que parecía prometedor y la oscura realidad que vivía puertas adentro.
Hoy, Ryan Grantham permanece tras las rejas, y su caso sigue generando debate sobre la responsabilidad penal en personas con trastornos mentales, el rol del entorno familiar y la delgada línea entre la ficción y la realidad.