Una espera que duele: “El tiempo se detuvo con vos”
Los amigos de Martín decidieron convertir su angustia en palabras. En el marco de una movilización para pedir justicia, difundieron una carta abierta que deja en evidencia la crudeza del momento que atraviesan. En ese escrito, lleno de amor y dolor, contaron cómo la vida se congeló desde el ataque.
“Ya pasó un mes pero si pensamos en el tiempo, el nuestro se detuvo al igual que el tuyo”, escribieron. La carta, leída públicamente, se convirtió en un testimonio colectivo del sufrimiento que genera la violencia sin sentido. “Todos los días nos levantamos y sos vos al que primero pensamos”, dicen. “Es tu risa la que esperamos encontrar en alguno de nuestros sueños”.
Un capitán ausente, una promesa eterna
Los amigos llaman a Martín “el capitán”. En cada línea de la carta, lo recuerdan como alguien vital, central en su grupo. “Sos vos, capitán, quien nos falta en nuestro cotidiano”, expresaron. La palabra “capitán” no es casual ni ornamental. Habla de liderazgo, de cariño, de un lugar que nadie más puede ocupar.
Mientras la Justicia avanza a un ritmo desesperantemente lento, ellos siguen esperando respuestas. “No queremos un Tincho antes y uno después de Fasulo”, sentenciaron, aludiendo al deseo de que este hecho no defina para siempre a Martín, ni lo convierta en una víctima más de una lista que no deja de crecer.
Violencia que se repite: una postal que ya vimos
El ataque a Martín no es un hecho aislado. La violencia protagonizada por grupos de rugbiers ya ha tenido antecedentes trágicos en Argentina. Lo que pasó en Córdoba evoca inmediatamente el caso de Fernando Báez Sosa. La similitud no sólo radica en el perfil de los agresores o el tipo de ataque, sino en la forma en que sectores de la sociedad tienden a naturalizar estas conductas como parte de una “noche que se fue de control”.
“Queremos que la Justicia actúe de manera ejemplar”, reclamaron los amigos de Martín. También hicieron un llamado claro: “No queremos que tanta violencia sea cotidiana y naturalizada”. La carta no busca venganza. Pide algo más profundo: que no haya más Tinchos ni familias ni grupos de amigos destruidos por el mismo patrón de agresión.
El milagro que todos esperan
En el sanatorio donde Martín permanece internado, no hay días fáciles. El panorama es desolador. Pero entre la angustia y el cansancio, todavía queda espacio para una esperanza que no se rinde.
“El panorama es terrible y sin duda esto no debería haber pasado”, dicen sus amigos. “Pero lamentablemente, aunque quisiéramos, el tiempo no podemos retroceder y nos queda esto”. Ese “esto” no es resignación. Es resistencia. Es la esperanza intacta en que Martín va a volver. En que va a despertar. En que va a seguir peleando, como siempre lo hizo.
Lo alientan desde afuera del sanatorio con palabras que no se disuelven en el aire. “La confianza en vos, en que la vas a seguir peleando, en que es sólo un tiempo más, tu tiempo, capitán”, escribieron.
Justicia, visibilidad y memoria
La carta cierra con una promesa conmovedora: “Nosotros/as acá vamos a seguir esperándote todos los días, para poder verte una vez más. Pidiéndote a gritos desde la vereda del sanatorio ‘despertate, Tincho’ y recordándote lo mucho que te amamos”.
Esa espera es compartida por miles. Y es también una forma de denuncia. De no dejar que el caso quede oculto, que los agresores no enfrenten consecuencias reales, que el dolor se convierta simplemente en estadística.
Martín Cáceres no es un nombre más. Es una historia viva, aunque hoy esté suspendida. Y es también un grito: el de una generación que se niega a aceptar que la violencia siga destruyendo futuros. Cada palabra de sus amigos, cada marcha, cada reclamo, se convierte en un acto de memoria y justicia.