Además, pidió a los líderes políticos que abandonen “la lógica del miedo que aísla” y que usen los recursos disponibles para ayudar a los más necesitados. En un fuerte mensaje pascual, también reclamó un alto el fuego en Gaza, la liberación de los rehenes y ayuda para quienes padecen hambre.
Francisco había recibido el alta médica el pasado 23 de marzo tras permanecer 38 días internado por una neumonía bilateral. Esa situación lo mantuvo ausente en varias celebraciones de Semana Santa, aunque participó en la misa del Domingo de Resurrección, donde deseó una “Buena Pascua” a todos los fieles.
En los días previos, el Papa volvió a realizar una de sus tradiciones más personales: la visita a la cárcel Regina Coeli. Desde 2013, solía acudir allí durante el Jueves Santo para replicar el gesto de Jesús y lavar los pies a los reclusos. Este año, aunque no pudo hacer el lavado, se presentó en el lugar y les habló directamente: “A mí me gusta hacer todos los años lo que Jesús hizo el Jueves Santo, el Lavado de pies, en la cárcel. Este año no puedo hacerlo pero sí puedo y quiero estar cerca de vosotros. Rezo por vosotros y por vuestras familias”.
A la salida del penal, cuando fue consultado sobre cómo transitaba la Semana Santa, respondió con un hilo de voz: “Lo vivo como puedo”. Y, cuando un periodista le preguntó cómo se sentía, replicó con una sonrisa: “Estoy sentado”, desatando la risa generalizada de los presentes.
También recibió al personal del hospital Gemelli, donde había estado internado, y mantuvo su cercanía con los sectores más vulnerables, como lo hizo durante todo su pontificado.
Francisco se despidió del mundo con coherencia, humildad y humanidad. Su legado espiritual trasciende a la Iglesia, dejando una huella imborrable también en el plano social y humano.